RELATOS



* Todos los textos son de la autoría de ©️ Juan J. Ramírez.

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Relato corto

 DAUPHINE  EL AZUL 


SAINT MICHEL Y EL LICEO

Saint Michel amanecía con el azul eléctrico y el aroma a clorofila de los otoños parisinos. Frente a mí, el escaparate de la Suit Mon repleto de corbatas con multitud de tonos anudadas en cajitas de caoba con un cartelito a sus pies que decía: “Tú eliges el color de tu día”.

Era mi primera semana de curso en el Liceo Garnier situado en un barrio céntrico de París. Recién cumplidos los 17, las calles capitalinas me parecían cuadros de un tablero nacarado de ajedrez donde en cada esquina podías encontrar caballos de marfil, damas y peones dorados. Era grandioso y más aún para un chico provinciano como yo. Fui a París a estudiar el bachillerato gracias a una beca por méritos académicos. Me acogió mi querida tía Margot que vivía en un humilde apartamento justo encima del atelier que ella regentaba en una calle colindante a Saint Michel.

En el liceo tuve la suerte de conocer a un chico excepcional que significó un gran apoyo en aquella época como alumno forastero que era. Se llamaba Alan, era extrovertido, impetuoso, con una actitud ante la vida y en especial, ante las chicas, muy fresca y desinhibida. Eso fue lo que más admiré de él. Nuestras clases estaban contiguas y en los descansos flirteábamos con las muchachas en los pasillos. En poco tiempo nos hicimos grandes compadres, pero mejores amigos.

Yo debía caminar todos los días unos cuarenta y cinco minutos para acudir a clase. A Alan le llevaba siempre su madre en coche al liceo. Entonces él me ofreció recogerme todas las mañanas en Saint Michel, a ellos no les suponía ninguna molestia porque esa avenida les pillaba de camino. Aún recuerdo su franca sonrisa cuando acepté su proposición.

EL DAUPHINE DE CÉLINE

Y allí seguía yo, contando los diferentes colores de corbatas para matar el tiempo cuando de pronto todo mi mundo se volvió amarillo. Fue Alan gritándome desde la ventanilla trasera del coche de su madre el que me sacó de aquel trance instantáneo, -- ¡corre Mario, a qué está guapo el cochecito¡ -- Sin duda era un coche  especial. Estaba pintado de amarillo limón y a pesar de los tenues rayos del sol parisino, lucía radiante como en pleno verano. Una veta blanca recorría el coche de un extremo a otro y sobre ella la palabra Dauphine en forma de rúbrica. La puerta trasera tenía hundidas unas branquias plateadas que le daban el aspecto de un depredador. Las llantas blancas resaltaban sobre el negro del neumático, me recordaban a aquellos zapatos bicolores de claqué tan populares en la loca década de los años veinte. 

Alan abrió la puerta y brincó al asiento de al lado. Al montarme lo primero en lo que me fijé fue en unas manos delicadas apoyadas sobre un volante enorme y pálido. Eran unas manos perfectas, de contorno suave, las uñas pintadas de azul celeste, brillantes, con una manicura exquisita. Una de las manos se alzó y escuché una voz templada y joven decir: - Encantada de conocerte Mario, soy Céline, la madre de Alan, espero que te haya hablado bien de mí ¿eh? - Mientras ella me hablaba vi sus ojos reflejados en el retrovisor mirándome, ¡preciosos¡, perfilados con lápiz negro. Yo contesté a aquel espejo con timidez y entrecortado: - gracias por ser tan amable señora -. Ella aceleró el coche y dijo entre risas: - por favor Mario, no me llames señora ¡que no soy tan mayor¡ -.

Durante el trayecto Céline me preguntó las cosas típicas que un anfitrión formula a su invitado para crear confianza. Poco a poco me fui sintiendo más cómodo con la situación; Céline era un encanto, con su trato afable y su belleza cautivadora, una red capaz de atrapar a su paso cualquier atisbo de sensualidad del espacio cotidiano.

- ¡Qué te parece el coche Mario, a que es resultón¡ -; - sí Alan, lo que más me gusta es el color, es raro encontrar en París un coche amarillo -. Sonríe Alan: -- es que mi madre es muy moderna. Lo único que no me gusta es el nombre Dauphine, yo hubiera preferido uno con más garra como Jaguar -. Yo me quedé en silencio por miedo a decir algo inapropiado. - Delfín también es un animal veloz y ágil, hermoso y además es simpático con las personas - contestó su madre, - ¿no crees Mario? -. Pero antes de que yo pudiera decir nada, Alan me dio una palmada en la espalda y me dijo: - ¡Ay Mario, mujeres…; vas a comparar un pececillo con un felino ¡grrrrr¡ -, y nos echamos a reír.

EL AZUL

Los días fueron pasando y yo cada vez me sentía más prendado por el halo mágico de Céline. Fue de las pocas mujeres en mi vida que al cerrar mis ojos podía verla con la nitidez de una fotografía. Esperaba impaciente todas las mañanas la llegada del Dauphine en la orilla de aquel mar de asfalto; la magia de Céline cubría el gris civilizado de París con una sábana de seda y todo lo que quedaba debajo de ella se teñía de un suave azul de esperanza. Me resulta gracioso ahora ya pasado muchos años de todo aquello, como empezaron a pasarme inadvertidas las vistosas corbatas de la Suit Mom, porque ahora usaba su escaparate como espejo para retocarme el flequillo. 

Una tarde de invierno, Alan tuvo que viajar con su equipo de esgrima del Liceo para competir en un torneo en Versalles. Me estuvo contando durante nuestro trayecto cotidiano con su mamá las ganas que tenía de revancha con un adversario de un colegio de Marsella que según él le ganó haciendo trampas, pero no le presté mucha atención, porque mi principal interés era apuntar en la pequeña libreta de notas que siempre llevaba en el abrigo, un poema inspirado en Céline que estuve pensando mientras esperaba en Saint Michel. Fue divertido ver en el recreo a Alan subir al autocar del equipo con la máscara reglamentaria imitando a una mosca.

A las cinco y media yo finalizaba mi jornada estudiantil, pero esta vez salí del liceo como un rayo ya que me esperaba una gran caminata, porque en esta ocasión no podría agarrarme a las aletas de mi querido Dauphine. Pero como el primer día que lo vi, sorpresivo, allí estaba de nuevo, aparcado al final de la escalinata de entrada del Liceo. Fui corriendo como un chiquillo ingenio sin saber que por primera vez, se rompería mi corazón.

Cuando llegué al coche me encontré con la bienvenida sonriente de Céline. Agarré el pomo de mi puerta, la de siempre, la trasera derecha. Pero ella me hizo un gesto indicándome el asiento del copiloto y una corriente me sacudió por entero. Respiré hondo y acepté su invitación.

Cuando estuve a su lado me miró fijamente y con un ademán de ternura sacó de su bolso mi libreta de notas abierta por la página de su poema: - creo que has perdido ésto Mario -. Me quedé paralizado, no sabía qué decir. Se me debió de caer en el coche con los nervios durante mi conversación con Alan  esta mañana. Ella me acarició la cara y comenzó a leer: - “La luna brilla como una ausencia dorada. Aún quedan pétalos de estrellas surcando el viento rizado. Un silencio húmedo cubre de paz a las flores sinceras. Mario ¿a quién esperas? A Céline, tan sólo he de esperar a los delfines sobre el azul de la marea” -. Yo no me atreví a mirarla a los ojos, ella levantó mi barbilla y me dijo: 
- Gracias Mario, es precioso. Quiero regalarte algo para compensarte -. Arrancó el coche y durante el camino nos mantuvimos en silencio. Yo no lograba despegar la mirada de mis manos nerviosas frotándose contra mis rodillas. 

Sentí que el coche ascendía por una cuesta y a mi izquierda vi la iglesia del Sacre Coeur, estábamos en el Barrio de Mont Martre, uno de los lugares más altos de la ciudad. Paró el coche al borde de la colina. Se divisaba todo París como una marea de luces mezclándose con la neblina celeste y anaranjada del atardecer.

Ella cogió mi mano y nos sentamos sobre el capó del Dauphine: - ves Mario, el “Azul” no sólo soy yo, lo son todas las personas que sonríen al mundo y su luz se refleja en el cielo, por eso es siempre azul”-.  Me señaló la inmensidad de París, - Mario, como estás viendo, aún te queda mucho azul por conocer, toda una vida. Vamos a casa, que estará tu tía preocupada -.

- FIN -

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Tablón de ideas que inspiró el relato "Dauphine y el azul" (2012, Valladolid, España).


Escena de la película "Peter Pan" (estudios de Walt Disney, 1953, USA)


 EL DUENDE DE PAPEL 

- Micro-cuento -

El niño, aburrido, se sentó en el suelo frente a un erguido libro de silencio. Las letras de la portada, extrañas aún para el pequeño, fueron el sedal que ligó el misterio con la inocencia. -¿No me dices nada librito?- De pronto el libro perdió su equilibrio y quedó abierto por una página donde el dibujo de un duende señalaba una ventana. El niño adivinó el rumbo sugerido por aquel hombrecillo, y corrió hacia la ventana de su cuarto.

Afuera, descubrió a un grupo de niños sobre el césped, cautivados, que rodeaban a una joven maestra que les leía un libro con devoción. Entonces, corrió escaleras abajo, saltó para colgarse del picaporte del portal y salió como un rayo que deslumbra a los pájaros rompiendo la niebla triste de Enero.

Cuando llegó al círculo de cautivos, se hizo un hueco entre los demás infantes, miró hacia su ventana y dio las gracias con una sonrisa a aquel duende de papel.

- FIN -

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Vestuario utilizado en la película "2001, una odisea del espacio" ( Stanley Kubrick, 1968, USA) 


 CARTA DE UN ASTRONAUTA ENAMORADO 

- carta de amor -

Miranda, amor mío,

He decidido escribirte antes de mi turno de hibernación, ya que pasarás mucho tiempo sin volver a tener noticias mías.

Por fin hemos arribado a Clisonia. Confiamos en descubrir en su mar las anheladas bacterias “X H” que regenerarán nuestra débil capa de ozono.

Durante mis vuelos rutinarios en soledad, proyecto tu fotografía en el panel holográfico de mi nave, como un Prometeo enamorado que cubre de barro tu reflejo, Miranda, para sentir la ternura de acariciarte.

Cuando observo a través de la ventanilla la expresión mágica del océano rojo de Clisonia, me viene el recuerdo de cuando nos zambullíamos desnudos en el mar al atardecer y admirábamos las nubes flotar como castillos de franela sobre el horizonte.

Miranda, ¡añoro tanto respirar el oxígeno fresco de nuestro planeta! Sabes, cuando me encierro en la cápsula de esterilización pienso en ti; entonces sus muros vibran como las cuerdas de una guitarra y su aire yerto se perfuma con el eco húmedo de tu voz. Aquel habitáculo inhóspito renace como un cálido hogar que protege nuestro idilio.

Después de mucho tiempo sumido en la oscuridad del universo, he aprendido que sólo un ser amado es necesario para colmarlo. Por eso, lo siento tan tuyo, porque nunca se olvida el aspecto que tiene un sueño.

En los márgenes de mi casco se agolpan los signos profundos de mi lenta existencia. Ambos sabíamos que a mi partida, nuestras vidas pasarían en tiempos diferentes; un día en el espacio cuenta como meses en la Tierra, pues a la vuelta seré más joven que nuestro hijo. Pero esta inmutable paradoja fue la certeza de que eres mi gran ilusión. Así me casé contigo, sabiendo que cuando regresase, debería pasar mi juventud amando a una anciana.

Miranda, ahora mi tiempo debe detenerse; dormiré suspendido en un ocaso denso y frío, pero mi pulso brotará como un bando de gorriones en tu eterno amanecer de amor.

Dile al niño que pronto su papá será un héroe.

Os quiero,

Comandante Antonio Gutiérrez.


 

 


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